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Lorena S. Gimeno

El brujo y la shmeren #2 ~Historias de Bronalist~

¡Por fin es viernes! Y como lo prometido es deuda os comparto un nuevo capítulo de El brujo y la shmeren, la primera literie situada en el mundo de Historias de Bronalist. Romance, aventuras y magia se juntan es esta historia donde un brujo y una shmeren demostrarán lo que son capaces de hacer por amor.

©LorenaS.Gimeno
Diseño de portada y corrección: Lorena S. Gimeno
Tipo: literie fantástica
Escrito en: agosto de 2018


Anteriormente…

Lezo, un brujo poderoso y de renombre, intenta deshacer una maldición que amenaza a su estirpe desde tiempos inmemoriales. Pues si se enamora y su amor es correspondido, terminará convertido en animal.

Ahora ha encontrado una pista: un libro custodiado por los shmeren que puede decirle cómo deshacerse de este maleficio. Sin embargo conocerá a Prin, una mecánica que le socorrerá en el peor momento posible.


Por enésima vez aquella mañana, tuvo que parar a hacer un descanso. Prin abrió la puerta de la caravana y el enorme lobo negro salió trotando a la llanura que tenía delante. La carretera era larga e interminable y el animal no tenía sitio para moverse dentro del hogar portable que Prin consideraba adecuado. «Aunque habría sido más adecuado para dos personas», se dijo.

Dos semanas enteras había tenido para asimilar su nueva condición: maldita, bruja y encima con una misión concreta. Se sacó la libreta del bolsillo y observó las últimas palabras escritas de Lezo. Miró al perro unos instantes y aún no se lo podía creer.

«El corazón de un guardatumbas, la semilla del sol, la sangre de un inmortal y el catalizador de augures». Después tenía instrucciones de estudiar y hacer el contrahechizo para la maldición. ¿Cómo? No tenía ni idea de magia, y tampoco conocía el nombre del libro del cual Lezo había sacado los ingredientes.

Así que tenía que aprender magia, aprender a ser como él era antes de acabar transmutado en un lobo bobo que perseguía mariposas en una llanura a las afueras de Konatis. Quizá si conseguía asimilar todos los conocimientos de los cientos de libros que había encontrado en el maletero del coche de Lezo… Quizá.

Se echó la mano a la frente y se rascó las cejas. Una ligera migraña le atenazaba los pensamientos. Quería llorar, quería volver a casa. Casi tenía un trauma con el dolor que le causaba rellenar la batería mágica cada vez que la caravana la dejaba tirada en la carretera.

«Odio la magia», supo. Y aun así pasó la página de la libreta y empezó a practicar algunos hechizos de canalización. Pequeñas anotaciones sacadas de los libros a modo de chuletas.

Mover hojas, atraer a la mariposa, encontrar agua… Casi le parecía que la magia no tenía límites pero entonces caía en la cuenta de que ella conocía la magia; y lo que tenía Lezo, lo que tenía ella ahora, era mucho más.

—¡Lezo! —llamó al enorme lobo negro al verlo irse muy lejos.

El animal levantó las orejas y acudió a ella como una exhalación. Se levantó sobre sus patas traseras y apoyó las zarpas sobre los hombros de Prin. Cara a cara, a veces ella creía ver los ojos de él. A veces, creía que recuperaba su antiguo yo.

A veces, se daba cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

Después pasaba algo, cualquier tontería referente a la maldición, y lo odiaba profundamente. A veces disfrutaba de la magia, luego tenía que cargar la batería. Después se serenaba y leía un poco, y al segundo sentía el famoso enamoramiento provocado por la maldición.

«El amor es la peor maldición», se repitió las palabras de su abuelo. Y qué razón tenía… Por suerte para ella, la nota de Lezo incluía una frase muy explicativa: “Si te dicen que te quieren, acabarás como yo”. No le hizo falta mucho más para atar cabos y caer en que el brujo tenía una maldición poderosa sobre sí; además, comprendió las lágrimas de él y el hecho de que ella lo había convertido en lo que era ahora.

Sin embargo, aún tenía muchas preguntas. «Tiempo al tiempo», se dijo mientras acariciaba el frondoso pelaje del lobo. «Tiempo al tiempo».

***

La frontera entre Shmera y Konatis era una cola larga de vehículos a la espera de entrar en la tierra de las oportunidades. Minerales, cultivos, comercio de los siete reinos… Los konata vivían en ciudades bajo tierra pero alquilaban toda la superficie de su reino al mejor postor. Así que si te movías bien podías conseguir una parcela con vivienda para cultivar durante un año entero. Muchos habían hecho fortuna con solo un año de trabajo, y eso era lo que buscaban todos y cada uno de los habitantes de los siete reinos que esperaban en la frontera.

Por suerte para Prin, y gracias al sistema burocrático de Konatis, había una cola de entrada anexa que servía a los visitantes. Rellenó el formulario, se hizo con su pase para un mes renovable y pagó la costosa fianza. Si incumplía alguna de las cláusulas del papeleo que había firmado, acabaría en la cárcel.

Y sin embargo había tenido suerte.

***

Se adentró en territorio konata y bajo tierra, de camino a Katela, la capital. Había estado allí algunas veces, por trabajo. Conocía las costumbres y funcionamiento de aquel reino repleto de túneles y peligros ambientales.

Ahora que estaba maldita, comprendía un poco mejor el odio irrefutable que los konata de pura raza tenían al sol; así como sus intenciones de mezclarse con otras razas en busca de la inmunidad.

Aparcó la caravana cerca del ministerio de incursionistas del distrito norte. No conocía mucho sus métodos, pero sabía que se dedicaban a explorar nuevos túneles así como defender a los jornaleros. Así que eran el medio perfecto para encontrar un guardatumbas.

—Lezo —llamó al lobo, y este se sentó frente a ella. No podía decir que no era obediente—. Necesito que te quedes a mi lado todo el rato, ¿vale?

El animal profirió una especie de ladrido y ella acarició su cabeza. Supuso que la había entendido y se echó al hombro una bandolera con todo lo que necesitaba.

***

Así que quieres trabajar en los túneles… —supuso el supervisor de la sección norte mientras miraba al enorme lobo tumbado a modo de alfombra junto a la puerta.

—He visto que buscan brujos para una incursión hoy. Y aquí estoy —sonrió de medio lado Prin.

Como bruja, no podía mostrarse como solía ser como mecánica o como arreglatodo. Tenía que ser más taciturna, misteriosa. Quería que la tomaran en serio.

—¿Una shmeren? ¿Bruja? —casi se rio, incrédulo, el konata. Vestía traje de rayas negro y gris que contrastaba con su piel lechosa y sus ojos verde moho.

—Soy mitad héheran, en realidad. Aunque no puedo decir que no parezco una simple shmeren vista desde fuera. —«No te alteres, no te ofendas. Que diga lo que quiera. Atente al plan y tu versión».

—¿En serio…? —dudó mientras se encaraba al terminal y sacaba un teclado de debajo de la mesa—. ¿Quién te enseñó?

Prin sonrió. Hoy era un día de suerte. Ya había previsto ese tipo de preguntas.

—Soy aprendiz del maestro Lezo de Brona.

—¿Lezo? ¿Ese brujo todopoderoso? No sabía que aceptaba discípulos.

—Pues lo hace. Y lo cierto es que él me ha enviado aquí.

—Entonces serás cara.

—En realidad, no. Estoy en una queste de realización. Así que puedo aceptar la tarifa media a cambio de algo…

—¿Qué algo? A veces los brujos pedís cosas de lo más extrañas. —Recelo, desconfianza. Todo el mundo sabía que los brujos te sangran hasta el alma si les dejas. Prin sonrió de nuevo.

—Mi maestro me ha pedido un corazón de guardatumbas, así que eso es lo que pido.

El konata arqueó ambas cejas. Miró por la ventana hacia la entrada de la obra que estaba supervisando.

—¿Y cómo quieres que te lo consiga? —preguntó, con un deje de desesperación en la voz. Entonces Prin comprendió que hacía mucho que no pasaba un brujo por allí y cada vez había más peligro en los túneles.

—Lo conseguiré yo misma. Solo quiero tener acceso a los túneles tras la jornada. Lo que me pase fuera del horario laboral es cosa mía. —Explicó rápida pero llanamente.

El corazón de un guardatumbas no era fácil de conseguir. Cualquiera pensaría que ese tipo de seres larguiruchos y cadavéricos albergaban corazones en sus pechos. Sin embargo, los que se habían enfrentado a ellos sabían que en realidad formaban parte de una colmena. Su corazón, en realidad, era un núcleo del que manaban los seres cuando un intruso se metía en sus dominios.

—Si te encargas del corazón de estos túneles, te pagaré el jornal de un mes —ofreció el supervisor—. En realidad nuestra obra no puede avanzar por esos seres. No hay nada más que nos moleste o ataque. A saber qué guardarán pero se están poniendo muy agresivos.

—Hecho —aceptó Prin mientras le tendía la mano.

***

Aunque había viajado por los túneles de Konata anteriormente, era la primera vez que Prin veía uno en construcción. Todo tipo de konatas estaban allí trabajando con velocidad y silencio.

Quizá fuera por los guardatumbas acechantes, quizá trabajaran siempre así. Prin se encogió de hombros y apiló a sus pies una serie de virotes que había cogido del ministerio antes de salir con el grupo de incursionistas.

Los demás miembros del grupo hablaban entre ellos. Un grupo hecho y derecho, veteranos formados en defensa, corta y larga distancia. La miraban con recelo como si fuera a quitarles el trabajo.

Y eso iba a hacer en realidad. En unas seis horas más se adentraría en los túneles de los guardatumbas hasta su mismo núcleo y se haría con su corazón.

***

Demasiada suerte estaba teniendo, la verdad. El día pasó sin contratiempos severos. Prin practicó con los virotes y la telequinesis matando ratas que Lezo recogió y devoró. La primera vez casi vomitó ante la conducta del lobo, después se fue acostumbrando.

Y así llegó la hora de cerrar. El grupo de incursionistas se marchó discutiendo: unos estaban contentos por cobrar sin trabajar, otros odiaban no haber matado nada el día de hoy.

Prin cogió una linterna cercana y se dispuso a entrar en uno de los túneles de los guardatumbas. Imposibles de transitar por los konata, un poco estrechos para ella. Cruzó los dedos para que Lezo pasara por allí, y se alegró de verlo seguirla sin problemas.

Sin embargo, su alegría no duró mucho. Rápidamente empezó a sentir miedo, miedo de verdad. Los guardatumbas eran seres atroces de brazos y piernas más largos que ella entera. Dientes prominentes, huecos por ojos. El olor a putrefacción era la primera señal de que estaban cerca; y a Prin le parecía olerlo todo el rato.

Dejó de pensar en ello deliberadamente, pero no le duró mucho. Se centró en el trabajo que tendría después para quitarse todo el barro de encima, para desprender todo el lodo seco del pelaje de Lezo… No sirvió de nada.

***

En un momento dado el túnel empezó a bajar, a inclinarse hasta el punto de tener que descender sentada en el suelo. Lezo chocó contra su espalda y se resbaló, de forma que ambos cayeron cuesta abajo hasta que llegaron a un suelo perpendicular.

Lezo se levantó el primero y empezó a olisquear el ambiente. Se le erizó el pelaje del lomo y aflojó las patas hasta adoptar una postura de guardia.

Prin hizo lo propio. Aseguró la bandolera sobre su hombro y examinó el suelo por si se le había caído algo. Un par de sacos de hierbas y un frasco que había rodado lejos.

Y de nuevo el olor. Ya no sabía si era ficticio o real, pero iluminó todos y cada uno de los huecos a su alcance para asegurarse de que estaba sola.

Pero no lo estaba.

Nunca había visto un guardatumbas cara a cara, pero consiguió no gritar. Se sacó un virote del carcaj que llevaba al muslo y lo lanzó telequinéticamente a su cabeza. Se pasó de fuerza y lo atravesó, pero el resultado fue el mismo. Uno menos.

Más fácil de lo que esperaba, pero no por ello iba a relajarse. Se sentía tensa y lista para deshacerse de todo cuento se le pusiera delante. Quizá por la carga mágica que sentía en las yemas de los dedos, quizá porque se sentía a salvo con Lezo.

***

Avanzaron lentamente. Se encontraron con algún que otro guardatumbas más. No parecían especialmente agresivos de momento, por lo que supuso que aún estaban lejos del núcleo.

¿Qué estarían custodiando? Sabía que había gente que buscaba a propósito los nidos de guardatumbas para hacerse con sus tesoros. Algunos incluso se habían hecho ricos con eso: coronas antiguas, grimorios perdidos en el tiempo, tecnología antigua… Objetos que, para Prin, no tenían ni valor ni utilidad.

***

Más tarde, cuando llevaban horas caminando y Prin pensó que tendría que faltar a su segundo día de trabajo, las cuevas y túneles se hicieron más amplios y en las paredes empezó a aparecer una especie de musgo luminoso.

Así que guardó la linterna para ahorrar batería y miró a Lezo. Su pelaje había subido un poco más, de forma que estaban cerca. Sacó de su bandolera el morteroe hizo la mezcla de hierbas que se sabía de memoria, se las puso en la lengua y bebió agua de forma abundante. Ahora, aunque el núcleo exhalara veneno putrefaciente, no se vería afectada.

Al fin y al cabo, los guardatumbas parecían konatas porque, en realidad, lo eran. Acercarse a un núcleo suponía acabar convirtiéndote en un ente más del rebaño. Por suerte, no afectaba a los animales.

Así que respiró hondo, bebió un poco más ante la sequedad de boca y se colocó virotes entre los dedos. Porque no sabía lo que encontraría en el nido, no había conseguido la información de ninguna parte. No había registros ni imágenes de cómo es el corazón de un guardatumbas…

—Crucemos los dedos, Lezo —respiró hondo Prin, y lo sintió en las entrañas. La pestilencia, la espesura del aire y la putrefacción que le escocía en los ojos.

Salieron del túnel a una sala amplia y grande. Al fondo, un atril sobre el que reposaba una espada vieja y oxidada. Alrededor, una horda de guardatumbas dormitaban en el suelo. Aunque el suelo no se veía en absoluto.

Prin tragó saliva y miró en derredor en busca de algo fuera de lo usual. «¿Dónde está el corazón? ¿Cómo narices es?». Entonces vio a Lezo saltar entre los guardatumbas hasta el atril. Cogió la espada con la boca y volvió hasta ella, que se había quedado de piedra.

Entonces sintió un temblor bajo los pies y se puso en guardia. Lezo hizo tres cuartos de lo mismo. Los guardatumbas empezaron a moverse y Prin retrocedió por instinto. Y retrocedió bastante más al ver que, en realidad, el cúmulo de guardatumbas era uno solo.

El atril de aparente piedra tiró de los tentáculos a sus pies y empezó a mover sus partes. En el soporte donde antes estaba la espada había ahora un enorme ojo. «Eso es», comprendió la shmeren. Solo tenía que sacarlo de ahí y meterlo en el frasso que había traído. Vivo, muerto… A saber. Pero al menos conseguiría el ingrediente.

Así que se preparó, lanzó virotes a las cabezas de los guardatumbas mientras avanzaba hasta el atril. Con confianza y determinación, llegó al ojo y clavó el reverso del virote en él. Gritó, se movió hacia todos lados, pero salió de la cuenca con un sonoro plop y quedó colgando del nervio ocular.

Prin lo cortó sin dificultades y metió el ojo en el frasco y el frasco en la bandolera. Pero cuando se dio la vuelta ya tenía a los guardatumbas encima. La agarraron y gritó al sentir cómo se le torcía el brazo, los apartó con magia por puro instinto pero su piel ya se había lacerado y caía sangre al suelo. Le dolía, mucho. Agarró con fuerza el petate y corrió hacia Lezo, que tiraba de los guardatumbas para abrirle el paso.

Pero no lo consiguió. Tropezó contra las piernas de uno de ellos y le cayeron varios encima. Perdió el sentido viendo cómo Lezo corría hacia ella. Le pareció oírlo llamar su nombre.

***

Cuando recobró el sentido, ambos estaban en el túnel de construcción rodeados de jornaleros. Los incursionistas del día anterior le habían curado y vendado los brazos y el cuello. Pero Prin se olvidó de su dolor al ver a Lezo tumbado a su lado y manchado de sangre.

—¡Lezo! —gritó entre lágrimas. El corazón se le aceleró y el miedo le atenazó las entrañas. Ni siquiera cuando el brujo la miró se sintió tranquila.

Pero ahí estaban: sus ojos. La miraba a ella. Él, no la bestia. El hombre del que se había enamorado había vuelto en sí dentro del cuerpo de un enorme e imponente lobo negro.

—Lo siento, lo siento —lloró mientras lo abrazaba y él apoyaba la cabeza en el cuello de ella.

Al momento, lamió su cuello y lo observó de nuevo. Los ojos del lobo volvían a mirarla; Lezo había desaparecido.

—Al menos sé que estás ahí —sonrió ella, con las fuerzas recuperadas.

***

Así, después de desprenderse de toneladas de barro y sangre secos en una larga ducha y cobrar lo acordado, Prin salió del despacho del supervisor más contenta que unas castañuelas. Le alegró saber que el núcleo tardaría en morir y los incursionistas tendrían que limpiar los cadáveres durante meses antes de perder el trabajo.

Se sentó al volante de su caravana y se puso rumbo a su siguiente destino: Inmata.