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Lorena S. Gimeno

Epístolas del recluso y la herida #7

Anteriormente en Epístolas del recluso y la herida

Tras recibir la primera carta de Calista, Jean ha visto un rayo de luz más allá de la pena que le queda por cumplir. Ahora ambos han reconocido que se conocían antes de aquella noche en la que sus vidas cambiaron pero Jean está a punto de dar un paso atrás en su camino hacia la redención, puesto que en su mismo pabellón está el ladrón que estuvo a punto de matar a Calista y su hijo, y tiene que hacer algo al respecto.

3 del III del año 1

Jean:

Hoy han hablado de ti en la tele. He visto lo que le has hecho a ese hombre y he comprendido que tienes razón. No te conozco en absoluto. Somos dos extraños que siguen a años de distancia.

   No sé si quieres saber lo que pienso sobre tus actos porque no quiero juzgarte o premiarte. Si te digo lo que pienso, puede que no me escribas jamás así que simplemente te diré que acepto tus decisiones y espero saber cuánto tiempo te costarán. Dijiste que querías ser el padre de nuestro hij@, pero no puedo imaginar el tiempo que tardarás ahora en cumplir esa promesa.

El doctor Paul me ha recomendado encarecidamente que te cuente que casi pierdo al bebé. Al parecer, mi estado mental no es tan extraño como pensaba y sí que puedo comportarme como si las cosas fueran conmigo.

   Cuando vi la noticia sobre ti en televisión pusieron muchas fotografías, bastante sangrientas, del cadáver del atracador. Ver aquellas imágenes fue como volver a ver a mis padres muertos. Puede que fueran crueles, odiosos, malvados, pero eran mis padres y me querían a su manera; y me di cuenta de que tú les habías hecho aquello. No sé si te obligaron o simplemente lo hiciste sin más, pero sentí un dolor en el pecho que aún sigue atormentándome y por eso tengo una enfermera vigilándome constantemente.

   No, no fueron esos recuerdos los que casi me hacen perder al bebé, sino verte a ti en pantalla. Una parte de mí aún te recordaba como el alumno de instituto del que me había enamorado en la distancia, pero ahora ya no eres así.

   En la pantalla había un hombre con tus mismos ojos, pero cansados y demacrados. Tenía el pelo completamente rapado y el rostro delgado y con una barba sucia. Aquel hombre estaba únicamente con el pantalón del conjunto de presidiario y en el pecho tenía un enorme tatuaje: un gigantesco “637” rodeado por unas alas. Y sus ojos, aquellos ojos, me miraron directamente y me atravesaron el alma.

   La mirada del recluso se me clavó en el pecho y tuve un ataque de ansiedad que volvió locas a todas las máquinas a las que estoy conectada. De repente, me salió sangre por donde deberá salir el bebé y me asusté aún más. Empecé a gritar y al poco tiempo me desmayé.

   De eso hace dos días, cuando era el primer día del mes aún. Ahora ya estoy bien, ya estamos bien. Y la enfermera me está casi arrancando el lápiz de la mano porque mis pulsaciones se están acelerando otra vez. Ahora no me van a dejar escribirte más de una hora al día, así que puede que tarde un poco más en responder a tus cartas.

Una chica frágil y dolorida,

Calista

P.D.: Aun con todo, te quiero.

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