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Lorena S. Gimeno

Incubbus 2. Marcada por la bestia

Anteriormente en Incubbus:

Mireille ha sido vendida al castillo de Lady Anna por su padre y ha terminado convirtiéndose en criada de su hijo bastardo, Lord Claud; un íncubo.

Tras castigarla por su incompetencia, Mireille ha terminado haciendo las tareas de todas las sirvientas. Ahora, Lord Claud ha escapado de sus grilletes.

Cuando desperté, estaba confusa. Las ascuas de la chimenea estaban casi extintas y la vela se había volatilizado. Me senté sobre mis rodillas en la mullida cama y comprendí que jamás había dormido en una de verdad, puesto que había sido como estar sobre una nube suave, cálida y paradisíaca. A mi lado, Lord Claud aún dormitaba, pero supe que en cuanto despertara podría encontrarme con su versión más aterradora así que salté del camastro y observé los despojos de las cadenas, ahora inservibles. «¿Qué hago ahora?», pensé. Podían colgarme por haber soltado al lord, aunque realmente no era culpa mía. Nadie había cuidado el mantenimiento de aquellas cadenas y se habían partido pero… ¿Cuánta fuerza había hecho el lord para poder romper aquellos enormes aunque oxidados grilletes?

No podía permitir que se escapara de aquella estancia así que salí corriendo sin más.

Cuando llegué a mi destino, el herrero del castillo estaba afilando una espada más que afilada, seguramente aburrido y hastiado de aquel lugar dejado de la mano de Dios.

—¿Puedo hacer algo por ti, pequeña criada? —preguntó mientras me miraba de arriba abajo. Seguramente reconoció mi atuendo como el que únicamente llevan las criadas del lord. A estas alturas sospecho que, más por comodidad para trabajar, su corte escueto es para el disfrute de nuestro señor.

—Lady Anna me ha pedido unas cadenas nuevas para el lord —mentí, aunque era cierto en parte.

—¿Unas cadenas? ¿Podrás tú sola con ellas? —se extrañó, pero se levantó de su taburete y abrió un armario cercano, donde había varios repuestos de cadenas y grilletes. Mentalmente di gracias al Señor.

—No se preocupe. Soy más fuerte de lo que parece… ¿Puede contarme exactamente cómo funciona el mecanismo de cadenas? Tienen que renovar también el trono del lord y quieren moverlo a su cama

—No es complicado. Te lo cuento mientras cargamos estos bártulos en una carreta.

Lo que me parecieron horas después, conseguí subir la carreta por las interminables escaleras del castillo hasta la planta donde estaban los aposentos de Lord Claud.

En cuanto puse un pie en el pasillo noté su presencia, oscura y funesta, rezumar de las puertas abiertas de sus aposentos y me temí lo peor. Solté la carreta lejos de las escaleras y corrí hasta entrar en la estancia con el pensamiento de que el lord ya no estaría ahí. Por suerte, aún estaba, pero choqué de bruces con él cuando iba a cruzar el umbral.

—L-Lord Claud —fingí alegrarme de verlo—. ¿A dónde va?

Clavó su mirada en mí y sentí que era el mismo monstruo que había conocido la mañana anterior: desnudo e intimidante. Extrañamente, parecía que ninguna de mis compañeras había venido a buscarme; quizá asustadas por ver lo que supuestamente me había hecho el lord durante la noche.

Volví a abrir la boca pero, antes de poder decir algo, Lord Claud me agarró en brazos y me apartó de su camino.

—N-no puede salir —quise detenerlo, y su mirada casi me hizo chillar—. E-está denudo —me excusé—. Tiene ropa en aquella bolsa —señalé sin más y, tras un bufido de su parte, volvió a entrar y se dispuso a vestirse.

Visto desde atrás, el lord estaba seco como un pequeño vagabundo desnutrido y sentí que era a causa de únicamente beber dos copas de sangre al día. ¿Acaso no era en parte humano, también? Al menos todo su cuerpo lo era.

Salí del cuarto y arrastré la carretilla hasta la puerta, bloqueándola. Por supuesto, aquello no iba a ser suficiente para retenerlo, y menos para dejarme colocarle las nuevas cadenas. Tenía que pensar en algo, y rápido. Tarde o temprano llegarían los guardias, seguros de tener que recoger mi cuerpo con una pala.

—M-mi lord —lo llamé, pero no me miró mientras, torpemente, intentaba atarse el cuello de la camisa. Sus manos temblaban con fuerza y, con ellas, todo su cuerpo, aunque no lo había visto hasta el momento—. ¿Necesita ayuda?

En cuanto se lo pregunté me miró, con furia, con desprecio y, a la vez, confusión. Me acerqué con lentitud y até el cordón de su camisa con presteza y delicadeza propias de una profesional. Lo había hecho innumerables veces para mi padre y mis hermanos, y al recordarlos y saber que los pocos que habían quedado habrían terminado muertos por la peste fruncí el labio para no llorar. «Craso error», dijo algo en mi interior, y miré a Lord Claud a la espera de un castigo o algo, porque su silencio era peor que sus palabras.

Levantó sus manos y cerré los ojos a la espera de un golpe. Sin embargo, acercó los dedos a mis labios y tiró del inferior para abrirme ligeramente la boca.

—Te dije que si volvías a fruncir los labios te violaría —advirtió, y empecé a lagrimear.

—Lo sé, mi lord. Lo siento mucho. —Me agarró la barbilla y me escrutó los labios, divertido con la situación. Yo estaba segura de que si me soltaba caería al suelo hecha un ovillo tembloroso de trapos.

—Dime tu nombre y te perdonaré —prometió, y supe que, en cuanto a tratos, podía confiar en su palabra.

—Aunque se lo diga, Lady Anna me matará por soltarlo —lloré, sin saber qué hacer—. Quizá lo mejor sea que me mate como guste… No soporto la espera… No quiero esto… Jamás he hecho daño a nadie para terminar en este lugar…

—Shhh —Me sujetó la cabeza con ambas manos y presionó hasta que me callé y me lo quedé mirando—. ¿Qué harás a cambio de que me vuelva a poner las cadenas?

—¿Se las pondrá? —me alegré—. Lo que sea, mi lord. Por favor…

Completamente aliviada al saberme liberada de las torturas y castigos de Lady Anna, las rodillas me fallaron y me cogí de la camisa del lord mientras caía hasta quedarme casi sentada en el suelo. Frente a mí, sus pantalones a medio abrochar. Tragué saliva ante el pensamiento y miré a otro lado. Sin embargo, Lord Claud situó su mano sobre mi cabeza y enredó los dedos en mi pelo.

—Dime tu nombre, Lapislázuli —me ordenó.

—Mireille —lloré, de nuevo, segura de que, al menos, mi cuerpo iba a quedar intacto.

—¿Sabes lo que te lleva esperando desde ayer por la mañana, Mireille? —Sus dedos en torno a mi cabeza apretaron y me dejaron de rodillas. Estuve a punto de fruncir los labios en una mueca de dolor, pero me aguanté.

—Sí, señor —lagrimeé.

—Pues yo no lo sé, Mireille. Tendrás que decírmelo —se mofó de mí mientras desabrochaba sus pantalones y me mostraba su miembro desnudo, de nuevo duro como una roca.

—Su cola, mi lord. Su cola lleva dura desde ayer por la mañana —le expliqué, notando los labios secos y lamiéndomelos.

—Bien. Bésala —me ordenó, y cerré los ojos mientras avanzaba la cabeza, pero me detuvo—. Con los ojos abiertos, chiquilla.

Alcé la vista y su mirada me atravesó por completo. Algo me recorrió todo el cuerpo y sentí, como el día anterior, que mis pezones se endurecían como cuando tengo mucho frío y las rodillas me temblaban. Toda mi piel se puso como la de las gallinas y sentí que me iba a mear encima del miedo que sentía.

Tragué saliva, de nuevo, y destensé los labios mientras me acercaba a la cola de Lord Claud, que la sujetaba firme hacia mi cara. Respiré profundamente y noté su olor a hombre y jabón, así que empecé a respirar por la boca. Mi aliento rozo su piel y sentí que se movía hacía mí. Retrocedí instintivamente pero él me empujó hacia delante, dejándome únicamente a unos milímetros de su cola. Yo, que jamás había besado a un hombre en los labios, iba a gastar mi primer beso en un miembro viril. Sentí que iba a volver a llorar pero me aguanté las ganas y me lancé para darle un beso a aquella cosa.

Sin embargo, cuando iba a separarme Lord Claud hizo fuerza con la mano y me dejó allí con un gruñido.

—Abre la boca —me ordenó, y obedecí sin más. Abrí la boca lentamente mientras él metía su cola en ella, caliente y dura como las piedras del infierno—. No me muerdas —me avisó, y asentí ligeramente, rozándolo con la lengua y arrancándole un gruñido de placer.

Lord Claud se mordió el labio mientras seguía metiendo su cola en mi boca, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, y fui consciente de que sentía más placer cuando lo miraba y lo “abrazaba” a la vez. Lentamente, levanté las manos para apoyarlas en sus muslos y me agarré a su carne para no perder el equilibrio mientras me dejaba retroceder, incapaz de albergar en mi boca toda su envergadura. Llegué a la punta y volví a avanzar, un poco más rápido y lamiendo y sorbiendo toda la baba que amenazaba con salírseme de la boca. Con lentitud y rapidez, arrancándole gemidos y caricias en la cabeza a mi lord, sentí que aquella parte de mí que no había visto nadie más que yo comenzaba a calentarse de forma extraña.

Cerré los ojos para negar que estuviera sintiendo placer con aquello y Lord Claud me apretó la cabeza para que lo mirara. El tirón de pelo fue tal que lo miré con los ojos llenos de lágrimas y, entonces, su cola estalló en la boca e hizo que se me atragantara. Me aparté de golpe y manchó toda mi ropa con todo lo que soltó. Tosí mientras notaba su sabor y cómo se me había subido a la nariz y aguanté una arcada.

Con los ojos cerrados me enfrenté al silencio del lord y temí que decidiera no cumplir su palabra y violarme. Me acurruqué en el suelo y empecé a llorar sin querer abrir los ojos más, y cuando me tocó chillé. Me agarró y lo pateé mientras sentía que me arrancaba la ropa.

—¡No! —grité una y otra vez, pero cuando quedé desnuda no me volvió a tocar.

Abrí los ojos en el momento justo de ver cómo lanzaba mis ropas al suelo y mi piel comenzaba a resentirse del frío del suelo de piedra. Miré a lord Claud y vi que se estaba desnudando.

—¡Me lo prometió! —le recriminé, asustada, y me sonrió con mofa.

—Cuando termine contigo seguirás siendo virgen, Mireille. Pero juro que lo habrás deseado fervientemente.

Ante sus palabras me abracé, pero me agarró de las muñecas y me levantó del suelo, dejándome suspendida frente a él. «¿Cómo puede tener tanta fuerza?», me pregunté, de nuevo, mientras me removía y él me colgaba de su cuello como si fuera un amuleto cualquiera. Mi espalda desnuda quedó en contacto con su torso y sentí su tórrida calidez recorrerme todo el cuerpo. Con su mano libre agarró mi cuello y bajó por mi garganta hasta agarrarme ambos pechos a la vez. Grité y cerré los ojos, pero volvió a estrujarlos y me quedé con la boca abierta y la mirada perdida. Mis pezones se habían endurecido y notaba en las nalgas su nuevamente endurecida cola.

—Con ese pelo tan negro que tienes y los ojos azules no hubiera imaginado que tus pezones son rosados —admiró mi lord, e instintivamente me cerré de piernas. Con un único dedo, bajó por mi estómago y lo enredó con el bello de mi zona íntima, tirando lo justo para arrancarme un quejido—. Dime, Mireille, ¿también tienes rosa lo de aquí abajo?

—No lo sé —lagrimeé.

—Ahh… ¿Nunca te lo has mirado? —Negué con la cabeza—. ¿Nunca te has tocado? —Volví a negar—. ¿Nunca has deseado que un hombre te toque? —Negué, de nuevo, y se sonrió—. Pues después de lo que te voy a hacer vas a desear que te toque constantemente.

Lo dudé, aunque mentalmente, durante el tiempo justo para que metiera los dedos entre mis piernas y pellizcara una parte de mi intimidad. Solté un grito y aprovechó el momento para pasar el brazo libre por debajo de mis rodillas y levantarlas a la altura de mi pecho, dejándome completamente suspendida por él.

Lord Claud avanzó hasta la chimenea, donde se puso de rodillas y me dejó frente al fuego. En el acto comencé a sentir el calor de las llamas abrasándome la piel hasta dejarla completamente roja.

—¡Quema! —me quejé—. Por favor, Lord Claud…

—Shhh… Sujétate bien a mi cuello o te caerás a las llamas, Mireille —me avisó, y me sujeté antes de que él soltara mis muñecas y, con su nueva mano libre, tanteó mis labios—. Chúpalos —me ordenó, y su aliento en mi oreja me hizo gemir inexplicablemente.

Acogí sus dedos y los lamí hasta que los sacó de mi boca y los dirigió a mis partes íntimas. El roce suave y resbaladizo me arrancó un quejido y su cola me fustigó las nalgas. El calor del hogar había dejado mi piel sensible a su tacto y me removí como una alimaña en sus brazos mientras jugueteaba con mi carne. El calor de las llamas empezó a recorrerme todo el cuerpo y empecé a jadear. Sentí ganas de mear, de salir corriendo y de gritar en busca de un eco de mis deseos. Quería que parara y que no, caer en las llamas y seguir en sus brazos. Trazó círculos en el pico de mi monte privado y lo pellizcó para arrancarme gritos continuamente. Acarició mi carne y agarró toda mi intimidad con la mano para amasarla de una forma que me hizo morderme los labios.

Quedé embriagada por sus caricias y sus palabras, en ocasiones ininteligibles, y por su cola que no dejaba de acariciar mis nalgas. Me agarró mejor de las piernas, haciéndome saltar, y su punta rozó mis partes pudendas de forma que me recorrió un rayo y grité, notando cómo jadeaba mi otra boca y, a la vez, babeaba sobre su miembro.

—¿Lo quieres? —me preguntó, insinuante. Sus palabras lamieron mi oreja y sentí que me ardía—. A lo mejor te duele… A lo mejor te encanta… ¿Quieres apostar, Lapislázuli?

Sus palabras me tentaron y estaba segura de que por ellas estaba de esa forma. No quería escucharlo más, pero mi monte deseaba su contacto de nuevo y fruncí el labio, lo cual le arrancó una risotada.

—De nuevo, tus insolencias me tientan a reventarte con mi polla hasta que no puedas hablar ni moverte —me amenazó, y sentí un estremecimiento—. Pero si me besas con todo tu ser juro que no te la meteré… a no ser que me lo pidas.

Giré el rostro todo lo que pude, completamente babeante y dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de no terminar desvirgada. Temía que si era poseída por él terminaría sirviéndole en el infierno del que había salido.

—Es muy cruel… —lloré, y lamió mi mejilla y mis lágrimas.

—Saca la lengua para que pueda besarte bien —me ordenó, y así hice.

Con la lengua fuera de la boca, Lord Claud sonrió y mordió suavemente mi carne, absorbiéndola hasta poner en contacto nuestros labios. Mi alma estalló en llamas y sus manos agarraron mi intimidad mientras gritaba en su boca. La lengua de Lord Claud se enredó con la mía y sus labios se me ofrecieron suaves y furiosos, salvajes e despiadados.

Y mi otra boca jadeó, completamente extasiada, hasta dejarme sin sentido.

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