Saltar al contenido
Lorena S. Gimeno

Incubbus 3. La promesa de un lord

Anteriormente en Incubbus:

Mireille, tras ser convertida en una de las criadas de Lord Claud, se ha visto obligada a cumplir las tareas de todas sus compañeras. Sin embargo, el íncubo ha escapado de sus grilletes y le ha ofrecido un trato que no ha podido rechazar. ¿Ser mutilada por Lady Anna o ser el juguete de su lord?

Al volver a despertar, me encontraba en la cocina de las sirvientas del lord. No sabía por qué estaba allí ni cómo había llegado pero al mirar en derredor vi la olla de sangre hirviendo en el fuego y, delante, Olive.

—¿Olive? —me extrañé, restregándome los ojos con fuerza—. ¿Qué ha pasado?

—¿Pasado? —se extrañó—. Creo que Adele quiere que empieces a preparar la cena ya que no tienes trabajo hasta mañana. Yo voy a alimentar al lord.

—¿Estás segura de que estás bien? —me preocupé.

—¿Lo dices por lo de esta mañana? Si, claro. Al fin y al cabo… es mi trabajo.

En cuanto dijo “esta mañana” comprendí que había vivido todo un día en sueños… «Unos sueños extrañamente vívidos», me recordé mentalmente al notar los pololos humedecidos hasta el punto de estar completamente mojados.

—Iré a buscar a Adele —mentí, levantándome y desapareciendo en nuestros aposentos. Me cambié la ropa interior y comencé a andar, no muy segura de lo que hacía.

Al cabo de un rato, me encontraba frente al despacho de Lady Anna sin saber muy bien qué hacer. Dudé en entrar, así que me acerqué a la puerta para escuchar con atención y ver que no había nadie. De forma que entré y observé el enorme lugar lleno de lujos, de los cuales no conocía el nombre de la mitad. Al parecer, el despacho hacía las veces de dormitorio, pues había un anexo con una cama con dosel bastante similar a la cama de Lord Claud.

Repentinamente, una voz cruzó mi mente y supe lo que tenía que hacer. Aunque no lo había oído bien, mi cuerpo se movía solo y rebusqué en los cajones de la mesa de Lady Anna. Tenía el corazón en la garganta, puesto que sabía lo que me pasaría si me encontraban allí “robando”. Así que cogí lo que necesitaba y salí corriendo.

Ya de noche, cuando la última ronda de Colectoras salió de la planta del lord y la encargada de vestirlo cerró la puerta, me escondí en las sombras de la cortina de un enorme ventanal y esperé un rato a que no viniera nadie más. Sujeté el objeto que tenía en las manos con fuerza, con el corazón acelerado y la cara roja como un tomate. Me armé de valor y avancé por el pasillo hasta empujar lentamente la puerta de Lord Claud y adentrarme en la oscuridad.

—¿La has conseguido? —preguntó la voz funesta del lord. La habitación seguía estando tan mugrienta como el día anterior y las enormes y oxidadas cadenas también; aunque tenía la solución a lo segundo.

—Sí, mi lord —fruncí el labio, pero él no me vio.

—¿Todo?

—Todo, mi señor.

—Siéntate en mi regazo, pues, pequeña Mireille.

Y así lo hice. Me senté en el regazo del lord y saqué de debajo de la falda el cuchillo que me había ordenado traer. En la otra mano tenía la llave de sus cadenas, de todas ellas, robada del despacho de Lady Anna.

—Buena chica —me premiaron sus palabras, y sentí que ardía de dentro a fuera. Por un lado, sabía que lo que hacía estaba mal; por otro, quería sentir en mi cuerpo real lo que me había hecho en sueños.

Así pues, abrí el cuello de mi atuendo y corté mi piel, entre el hombro y el cuello, para que mi lord pudiera alimentarse de mí, porque ahora sabía que su fuerza radicaba en la sangre humana y, al parecer, la sangre de una virgen le otorgaba aún más fuerza.

Abracé la cabeza de mi lord y acerqué el cuello a sus labios para que bebiera. Bajo su embrujo, no sentí el dolor, pero aún tengo la cicatriz, abierta de nuevo cada noche. Sorbió y sorbió hasta que comencé a sentirme desvanecer, momento en el que me ordenó soltarle las cadenas.

Me bajé del trono de un saltó y solté sus pies, sus manos, su cintura,… Sin embargo dudé al soltar su cuello y fruncí el labio, debatiéndome entre lo que me ordenaba y lo que era “yo”.

—¿De nuevo, Mireille? —rió lord Claus con sarna—. ¿Te atreves a fruncir los labios frente a mí, chiquilla? ¿Acaso no recuerdas lo que te prometí?

Y, ante sus preguntas, mis labios entonaron una sonrisa y la llave terminó de abrir el grillete de su cuello, condenándome a los placeres del lord, condenando a todo el castillo y todos lo que se atrevieran a acercarse a él.

← 2. Marcada por la bestia || Otros trabajos→