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Lorena S. Gimeno

Solo necesito tu nombre

Hoy quiero compartir un relato que lleva mucho tiempo escondido entre los cientos de archivos de mi ordenador. Solo necesito tu nombre es un relato corto que escribí hace diez años ya. Un romance corto que apela a las sensaciones y al amor a primera vista. Espero que lo disfrutes.

©LorenaS.Gimeno
Diseño de portada y corrección: Lorena S. Gimeno
Tipo: relato romántico
Escrito en: 2008


«He oído que están restaurando el Coliseo de Roma así que creo que iré a pasar un tiempo allí. Quizás encuentre miembros de la Gory Cross pero vale la pena coger el tren desde Ámsterdam para ver una ciudad tan bella.»

I

Aunque estamos a principios de junio, por la noche hace frío y me pongo el jersey negro trenzado y de cuello vuelto que compré en Londres a principios de esta década. Pronto cumpliré los cinco siglos y no habré conseguido ni una vez estar a la moda. No es lo mío.

Oigo el aviso de la llegada a la estación de Roma cuando son casi las nueve de la noche y me coloco una gabardina negra con capucha para que la poca luz del sol que queda no toque mi piel directamente y así no sufra quemaduras. Llueve, puedo oírlo, así que el cielo estará nublado. No llamaré demasiado la atención y no habrá contratiempos respecto a mi corto y rápido paseo hasta mi nueva morada. Cojo mi única y pequeña maleta y salgo al pasillo atestado de gente sudorosa y nerviosa que intenta organizarse. Qué estupidez. Planear las cosas no sirve de nada pero los humanos lo hacen para sentirse seguros y poderosos. Creen que pueden regir su destino a base de acciones preparadas con anterioridad pero nadie puede burlar al destino, lo sé por experiencia.

Como si fuese una respuesta, el tren se para antes de llegar al andén por culpa de una “avería” y los planeadores se fastidian y se ven obligados a caminar por la grava mojada y resbaladiza hasta poder subir al andén. Yo no tengo problemas para moverme y avanzo entre la gente hasta llegar bajo el toldo del andén 4 y estar a resguardo de la lluvia. Me permito el lujo de regocijarme con el sufrimiento ajeno y me quedo observando a los turistas torpes y empapados intentar arrastrar sus grandes y pesadas maletas hasta aquí. ¡Ja! Los humanos siempre me sorprenden: repiten una y otra vez los mismos errores y nunca, nunca, aprenden.

De repente, un chico moreno de unos trece años choca conmigo y se le caen las maletas. Levanta la cabeza para mirarme e intentar disculparse pero mi mirada de odio lo ahuyenta. He sufrido lo suficiente en mi vida como para saber que gente como yo no debe acercarse a los humanos y, con años de práctica, una mirada intimidante te ahorra problemas en el futuro. Estar sola no está mal, al principio fue difícil pero ahora soy una maestra de la misantropía. Hablar con palomas no es tan malo, ¿no?

Estar tanto rato entre humanos hace que me ruja el estómago y me veo obligada a irme a marchas forzadas. No quiero acabar matando a alguien y que mi secreto se descubra. Soy una persona civilizada pero llevo casi un día sin “alimentarme” y, llegados a este punto, me cuesta controlarme.

Aun estando tan ofuscada, consigo llegar a las cercanías del Coliseo y veo a mis presas: dos jóvenes vampiresas muy provocativas que, en una esquina, hacen de prostitutas para conseguir comida.

—¿Queréis pasar un buen rato? —les pregunto, mostrando mis colmillos. Ellas parecen contentas de tener a una “cliente” como ellas y me siguen de buen grado a un lugar oscuro.

Parece no molestarles la lluvia pero yo decido que, en ningún momento, voy a quitarme la capucha así que suelto la maleta contra la pared y hago como que busco mi dinero mientras, por el rabillo del ojo, observo cómo hablan qué y qué no van a hacer.

Me dan la espalda y mi cuerpo reacciona al instante, improvisando dos cuellos rotos en menos de un segundo seguidos de las sonoras caídas de los cuerpos en el asfalto mojado. Aguantarán muertas unos minutos —cosas de los inmortales— así que decido apresurarme y alimentarme de ellas antes de que puedan sufrir. Dos mordiscos en la yugular seguidos de tragos largos acaban rápidamente con ellas.

Me levanto del suelo, dispuesta a marcharme, y me quedo unos segundos mirando el polvo que ha quedado de sus cuerpos, que pronto se convierte en barro. La lluvia llora por mí y, como no quiero acompañarla y sentirme culpable, me voy a toda prisa y salgo del callejón con los ojos humedecidos. Preferiría morir antes que seguir viviendo a costa de otros pero no tengo el valor para quedarme al Sol y esperar a que me abrase. Tampoco me veo con el coraje suficiente para clavarme una estaca en el pecho ni para dejar que los de la Gory Cross lo hagan por mí… ¿Por qué estaré tan pegada a la vida inmortal? ¡Me doy asco!

Volteo una esquina con la cabeza gacha y, de repente, choco contra un muro de carne que me hace retroceder con una mano en la cara… ¡Cómo duele! Menudo idiota… ¿Por qué no mira por dónde va? Me ha dado en toda la frente con su pecho musculoso que puedo entrever gracias a la camisa medio abierta. Lleva un pequeño crucifijo colgado del cuello que creo que me ha dejado una marca.

Levanto la vista para mirarlo, encolerizada, pero no logro enfocar bien su cara por culpa de la lluvia, que me empaña los ojos… ¿O son lágrimas? Creo haberme quejado y haberlo maldecido pero ahora no tengo tiempo. Estoy demasiado cerca del callejón y podría haber enemigos cerca… ¿Tengo sangre en los labios? No recuerdo si me los he limpiado o no así que me alejo corriendo en sentido contrario, tapando mi cara empapada y restregando con la manga de la gabardina mi boca.

Entre todo este olor a humedad, asfalto y lluvia, me ha parecido notar un aroma a madera de roble quemada, manzana y… hombre. Él desprende un olor varonil que tienta mi cuerpo a mirar hacia atrás y volver, lanzarme a sus brazos y dejar que me consuele. Amar de nuevo, abrir mi corazón y aceptarlo… Tengo el corazón acelerado y las lágrimas recorren mi rostro, perdiéndose bajo la lluvia.

«¡Olvídalo! ¡Es imposible que únicamente con mirarlo una vez te hayas enamorado de él. Además, ¡no perteneces a este mundo! ¡Estás muerta!»


«¡Menuda chica! Por un momento me ha parecido que iba a llorar… ¿O era por la lluvia? Qué ojos tan hermosos y suplicantes… Qué piel tan fina y perfecta… Y su pelo… Si respiro hondo aún puedo sentir su olor.»

II

¡Mierda! No he podido pararla para pedirle perdón. Iba tan despistado que casi la tiro al suelo pero, aun habiendo sido apenas unos segundos, se me ha quedado su olor gravado en la cabeza… Rosas salpicadas por el rocío y miel. Qué dulce. Sus labios eran tan rojos como la sangre. Me entran ganas de besarlos y embriagarme con su dulce sabor… Abrazar entre mis manos su blanca y suave piel toda la noche… Hacerla toda mía…

¡Dios! ¡Qué vergüenza! ¿Cómo puedo fantasear así con una desconocida que he visto apenas unos segundos? Si ni siquiera sé su nombre… Pero era tan hermosa que aún tengo el corazón acelerado… ¿o era porque corría? Aquella chica me ha hecho olvidar lo que tenía que hacer… ¿Qué era? Intento recordarlo pero no puedo, sólo me viene a la cabeza su pelo del color de la caoba, brillante y voluminoso… Me entran ganas de agarrarlo entre mis manos y hundirme en su olor… Sus ojos eran líquidos pero densos y del color de la miel, como su aroma, que también era de rosas… Rosas rojas como sus melosos y llenos labios perfilados… Y su cuerpo… Con esa gabardina negra pegada he podido ver sus generosos pechos y su delgadez… Qué figura tan sinuosa y sensual. Más perfecta que el mejor de mis sueños.

¡Menuda impresión! Ya no me siento ni yo. Sólo con pensar en ella mi cuerpo se calienta de una forma extraña, mi corazón amenaza con salirse de mi pecho, lo olvido todo y la ansiedad me hace tragar saliva… Suspiro para relajarme y volver a poner los pies en la tierra. Esto no puede ser bueno. Tengo las hormonas alteradas… ¿Me he enamorado?

¡El trabajo! ¡Joder! ¡Llego tarde! Miro la hora de mi reloj para asegurarme. ¡Llego MUY tarde!

Inmediatamente empiezo a correr con la cabeza algo nublada… No puedo pensar con claridad y ni siquiera sé adónde voy. Mis piernas se mueven solas en alguna dirección, como por instinto, pero no dejo de correr en ningún momento. Mis mejillas arden sin motivo y el corazón se me acelera por momentos. Bueno… Eso es normal cuando uno corre, ¿no? Pero una sensación extraña me invade el pecho: ansiedad, excitación, alegría, gozo y ganas de gritar. Parezco un poco idiota.

De repente, me doy cuenta de que ya no corro por asfalto y que mis pies repican contra los adoquines mojados y resbaladizos que rodean el Coliseo. ¿Cómo he llegado aquí? Me encanta este sitio pero no logro averiguar por qué mis piernas me han traído hasta aquí.

El cartel que, semanas atrás, me prohibió la entrada al lugar seguía estando allí. Al parecer, había filtraciones que degradaban la estructura y debían restaurarlo casi por completo. Mentirosos. He estudiado lo suficiente de arquitectura en mis veinte años de vida como para saber cuándo un edificio está en buen estado y cuándo no.

Ojalá pudiese entrar para verlo en la noche… ¿Y quién dice que no puedo? Miro en derredor para asegurarme y me escabullo por debajo del cartel de forma que me tengo que apoyar en el frío y encharcado suelo con las manos y una de mis rodillas. Últimamente, por culpa de la lluvia hace bastante frío y agradezco llevar la chaqueta impermeable sobre mis finas camisas —aunque lo lleve abierto siempre—. La pena son mis tejanos, que están tan mojados que pesan tres veces más.

Camino poco a poco por el ancho y largo pasillo de piedra acompañado del eco de mis pasos. Todo está tan oscuro que debo mantener una mano en la pared para saber por dónde voy. La verdad es que no sé por qué hago esto, debería estar trabajando en vez de colarme en el Coliseo cuando son las diez de la noche.

De repente, oigo algo que viene del final del pasillo. No es la lluvia, es más, parece que ha parado de llover. El sonido parece el canto de una mujer. Su voz es aguda y melodiosa, me recuerda al canto de los pájaros en primavera, me atrae y me embriaga. Parece el canto de una sirena.

Sin saber cómo, llego a lo que queda de la arena del Coliseo y veo, bañada por la luz lunar, a la chica de los ojos melosos. Me quedo embobado, admirando la belleza de su piel blanca, brillante bajo aquella luz nocturna; el color caoba de su pelo, ya sin capucha, que ondula con el viento húmedo; sus ojos vidriosos que miran al infinito; sus largas pestañas que entornan sus párpados en una expresión triste; sus labios escarlatas y llenos que se mueven al entonar una dulce y triste canción de amor; su nariz, pequeña y redonda; su cara ovalada y perfecta… Toda ella. Toda ella me obliga a quedarme aquí, mirándola y adorándola. El corazón vuelve a aporrearme el pecho con tal fuerza que me hace vibrar, vuelvo a sentir esa extraña sensación… ¿Es ella? Ahora no he corrido pero noto lo mismo de antes… ¿Es ella la culpable?
Doy un paso para acercarme más a la chica, que está sentada en unas rocas apiladas en el centro de la arena, a pocos metros de mí. Pero, mala suerte la mía, resbalo con los escalones que bajan a la parte inferior a la arena y caigo hacia atrás, quedándome sentado sobre los escalones.

Pero, aun con el cuerpo dolorido, no puedo dejar de mirarla.

«¡Mierda! Seguro que la he asustado. Debe pensar que soy un acosador o algo por el estilo porque ya nos hemos encontrado dos veces en la misma noche. ¡Dios! ¡¿Por qué estoy tan obsesionado con ella?!»


«¿Quién es él? Puedo reconocer ese aroma… ¿El chico de antes? No puedo creer que me haya seguido… ¿Por qué me mira así? ¿Por qué me late el corazón con tanta fuerza? Él está en el suelo pero sigue mirándome como si fuese algo importante. ¿Por qué?… Si sigues mirándome con esos ojos acabaré por lanzarme a tus brazos… No lo hagas…»

III

¿Qué hace él aquí? Su aroma a madera de roble quemada, manzana y hombre vuelve a embriagarme e interrumpe mi canción. No me había dado cuenta pero ha dejado de llover. Noto mi pelo húmedo azotar mi cara y decido bajar de un salto hasta las fosas para ver al chico mejor… sin motivo alguno. Debería salir corriendo, huir de él y no volver a verlo jamás para no tener que sufrir cuando descubra mi secreto. Debería hacer todo eso en vez de quedarme aquí, con las pupilas clavadas en sus ojos celestes, grises y de aura parda. No tendría que llorar pero lo hago… No puedo evitarlo.

Cuando él se levanta, retrocedo unos pasos y me escondo tras un muro, observándolo. La luz lunar hace brillar su pelo, castaño con trazos rubios, alborotado y largo hasta la nuca con flequillo ladeado. Siento un fuerte latido. Él me mira como lo miro a él con sus ojos profundos y amables. Siento otro latido. Su labio inferior sobresale ligeramente, con una expresión seria, y su nariz es recta en proporción con su cara angulosa. Una peca adorna su mejilla izquierda, bajo el ojo. Mi corazón retumba en su caja, incontrolable. Él es atractivo pero, mirándolo, noto algo más. Algo profundo. La ansiedad me invade… Quiero lanzarme a sus brazos, correr hasta él y llorar, abrazarle y besarle, acariciar su rostro con las yemas de los dedos y escuchar su voz a través de sus suaves y sensuales labios,… Pero no puedo. No tengo derecho. Es un humano y yo… NO.

Me entran ganas de gritar hasta desgarrarme la garganta. Chillar de furia y frustración. ¿Por qué? Mi cuerpo y mi mente luchan… Quiero ir… pero no puedo. Me echaría al suelo y lloraría y patalearía por no poder acercarme más a él… Estoy en el punto de no retorno y él es un agujero negro que pretende absorberme…

Miro a otro lado, notando el calor que recorre mis mejillas y las hace coger el color de la flor del cerezo. ¡Dios! Odio avergonzarme y no me gusta que me vean hacerlo porque me sonrojo aún más… ¿Cómo puedo mirarle y sentir algo que llevaba tanto tiempo muerto en mi corazón? ¿Cómo puedo pensar que lo amo cuando ni siquiera lo conozco?

Miro hacia delante por acto reflejo cuando noto su aroma cerca y lo veo frente a mí, sin saber qué hacer o decir, como yo. Una gota de lluvia fría se desliza por su capucha cual rocío y acaba por derramarse sobre una de mis mejillas y levanto la cabeza para mirarlo mejor a los ojos. Parece debatirse por dentro, lo veo en ellos… Yo tampoco puedo hablar. Tengo la mente en blanco y lo único que oigo es el silencio, el rocío derramarse, nuestras respiraciones y los latidos de mi corazón al compás de los suyos.

Entonces, él levanta su mano derecha y la acerca a mi mejilla para secar la gota de lluvia. Apenas me roza pero noto perfectamente el calor de su cuerpo y su sangre latir, nerviosa, por su muñeca. Es tan dulce que me hace aguantar la respiración y cerrar los ojos para que mis colmillos no aparezcan y lo dañen.

Involuntariamente, acerco mi cara y la apoyo en su palma. Hacía tiempo que no notaba la calidez de un hombre y jamás había sentido algo así por alguien. Ni siquiera por mi marido o mis hijos, muertos hace siglos… Nadie… Nadie excepto este desconocido que acaricia mi rostro con su pulgar.

«Soy un monstruo por permitir esto… Si él supiese qué soy, se alejaría de mí… Eso sería mejor pero… Lo amo… Por muy extraño que parezca… Le quiero… No me separaré de él jamás y… cuando él muera, moriré con él… Dios… Eres tan cruel que has mandado al mejor de tus ángeles para matarme…»


«¿La beso? Quiero hacerlo y ella no se aparta de mí… Sé que oculta algo pero… Je. Me he dado cuenta de que de verdad la amo… No pierdo nada probándolo y, por lo menos, si se va me quedaré con la textura de sus labios en los míos y el sabor de su alma en mi lengua…»

IV

La tengo tan cerca que su olor me perturba, es tan dulce… Acerco mi rostro al suyo con cuidado, tan lentamente que la Luna es más rápida que yo. Por favor… déjame mostrarte lo que siento porque las palabras no bastan.

Me duele el pecho de lo que llego a quererte… Sufro al pensar que no me quieres… Mi corazón muere por no tenerte más cerca de mí… Te quiero y en tus ojos he visto una oportunidad,… en tu olor siento que me quieres más cerca… y en tu voz he oído tu tristeza… Por favor… déjame estar a tu lado.

Cuando mis labios rozan los suyos, cierro los ojos. Tengo el corazón tan acelerado que temo que se me salga por la garganta por culpa de los nervios. Pero la dulzura de su boca me relaja y hace que me deje llevar… Son tan suaves y tiernos que deslizo mi lengua entre ellos, dudando. ¿Pondrá ella algo de su parte? Si sólo actúo yo me sentiré como una especie de violador… Intento hacerla reaccionar colocando mi mano libre tras su espalda y levantándola para tenerla a mi altura… Funciona. Ella se abraza a mi cuello con ambos brazos y entrelaza su lengua con la mía. Siento su pecho contra el mío… ¿Me quiere? No lo sé. Peor no quiero que esto acabe… jamás.

Ella desliza sus manos por mi espalda y mi pelo, aferrándome más cerca… queriéndome… Yo tampoco quiero que nos separemos…
De repente noto cómo caemos contra un muro y nos quedamos ahí… Apoyados y besándonos… Mi corazón revolotea como un colibrí porque ella no me rechaza… No quiero dejarla pero… lo hago. Me aparto de ella y abro los ojos, chocando contra los suyos, que me miran fijamente en una expresión dulce y serena. Sus mejillas están rojas, como las mías, pero yo jadeo involuntariamente y apoyo la frente en las frías ruinas en las que ya no está la cabeza de la chica de la cual no conozco el nombre… Aún.

Cierro los ojos durante menos de un minuto, creo, y la miro de nuevo, bajando la vista hasta su altura. Ella sigue con los ojos clavados en mí, seguramente espera a que sea el primero en decir algo. ¿Qué te digo? No se me ocurre nada… Talvez… “¿Cómo te llamas?” o “Encantado de conocerte, yo soy…”

—Laila —dice ella, sonriendo e interrumpiendo mis pensamientos. Le correspondo la sonrisa… ¡Claro! Sólo basta el nombre…

—Dante —me presento, besando una de sus mejillas.

«Parece de locos pero… ¡Estamos enamorados! Aquí, entre ruinas, nos hemos dado el primer beso… Es extraño, ¿no? Pero no quiero darle más vueltas… ¡Qué sea lo que Dios quiera! Aunque entre mis brazos tenga a una diablesa que puede llevarme a la locura…»