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Lorena S. Gimeno

Epístolas del recluso y la herida #2

Anteriormente en Epístolas del recluso y la herida

Calista de Mines está en ingresada en el hospital Marina. Hace tres meses unos asaltantes entraron en su casa y mataron a sus padres. Incluso uno de ellos la violó.

Sin embargo, ese día no fue tan fatídico para todo el mundo. Es más, fue el mejor día en años para su país. Pues su padre era un dictador y los asaltantes libertadores. Y esto Calista lo comprende, pero ni ella ni su madre fueron nunca culpables de los crímenes de su padre.

Aun así, esa noche ha dejado secuelas en ella, y la única forma que tiene de olvidar sus problemas es escribir cartas; aunque tenga que ser a uno de los asaltantes.

Ahora, recibe la respuesta a su carta…

Prisión central de la República, 15 del II del año 1

Para Calista:

   Mi nombre es Jean y preferiría que me tutearas ya que no tengo ni diecinueve años. Si no recuerdo mal, tú tienes quince. No sé si voy a poder decirte exactamente lo que pienso de una forma que me comprendas. No se me da bien expresarme.

   Nada más leer tu carta me quedé sin palabras. No sabía si responder o no. No me sentía con derecho. Puede que lo que hiciera fuese lo correcto pero no significa que esté bien. El gobierno actual necesitaba encarcelarnos para demostrar que todo sigue funcionando. Por mi crimen deberían haberme caído veinte años, pero me han dicho que cumpliré diez. Son temas de los que no me gusta hablar, pero creo que necesitas esta explicación mínima.

   Me has dicho que te sientes sola. Te comprendo y me alegra ver que tu celda es cálida y confortable. Prefiero no decirte cómo es la mía. Yo no la miro. Últimamente sólo tengo ojos para la ecografía del bebé. Es extraño. Creí que te olvidarías de mí y seguirías adelante, que serías fuerte. Es lo que intentaba hacer yo, olvidarme de lo que te hice para sentirme menos culpable.

   Cuando leí que estabas embarazada, tuve ganas de ahorcarme, de arrancarme los ojos. Creí que lo siguiente que leería sería un “te odio” o un “voy a abortar” pero sólo vi palabras cálidas y felices. ¿Vas a tener al bebé? No puedo dejar de pensar que te he arruinado la vida en más de un sentido y no comprendo tu felicidad. No la desprecio, me parece muy dulce. Pero no la comprendo. ¿Vas a tener un bebé que te recordará la noche en la que te violaron y asesinaron a tus padres?

   ¿Sabes…? Soy un hipócrita. Me paso las noches mirando la ecografía y soñando en una vida mejor. También es mi hijo y es lo único que tengo fuera de esta cárcel. Tú crees que eres extraña, que es anormal sentirte feliz por tener una vida dentro de ti. El único extraño aquí soy yo, que no puedo dejar de pensar en tener un hijo, en criarlo, en cuidar de una vida que me hará olvidar todo lo que he sido hasta ahora. Soy un iluso. El bebé es tuyo. Yo no tengo nada que ver y no tengo derecho a pedirte nada. Perdóname; gracias por perdonar lo que te hice.

   Espero que te recuperes de tus heridas y tengas un bebé sano.

   Atentamente,

Jean

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