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Lorena S. Gimeno

DULCES FALACIAS

Poco a poco voy desenterrando relatos del pasado para ofrecerlos en la web. Este relato erótico lo escribí como un reto para una revista erótica que muy poco duró. Dulces falacias es mi primer y, por ahora, único relato homosexual entre mujeres. Y como hoy es el día del orgullo, pues aprovecho.

©LorenaS.Gimeno
Diseño de portada y corrección: Lorena S. Gimeno
Tipo: relato erótico
Escrito en: 2012


Cada novio, cada ruptura, cada detalle de su vida que Sara me confía es un puñal que se me clava en el pecho antes de perder la empuñadura para que no pueda sacarlo de ahí. Es más, cuando esa confesión se repite, el puñal crece como si fuera una raíz asesina y se va enroscando alrededor de mí. Mi única respuesta es el reflejo de sus pensamientos. Si ella quiere que me ría, lo hago. Si quiere que llore con ella, si necesita alguien fuerte, si necesita que le digan que la quieren… Cuando tengo que decir eso disfruto con ello, pero viniendo de mí no es más que una frase vacía y sin sentido.

***

Para mi desgracia, al empezar primero de bachillerato me encontré con Sara en clase, hablando con todos como siempre. Así, en vez de verla únicamente a la hora del patio, me veo obligada a estar con ella a todas horas, con la máscara de perfección sobre la cara. Además, Sara ha traído con ella “amigos” con los que hablar. Durante las clases nos sentamos juntas, entre clases nos sentamos sobre la mesa y hablamos con los demás, y pasamos el desayuno chismorreando. Esta vida me agota.

***

Hoy, antes de entrar en clase, Sara me ha dicho que está interesada en uno de la clase de al lado. Odio que me diga estas cosas.

—Siempre me dice que estoy muy guapa y es taaaaaaaan inteligente —ríe. Yo también le digo todo eso todos los días. Porque Sara es guapa, lista, amable y no le importa que sea una sosa y una borde.

—¿Y bien? —Que no diga lo que pienso que va a decir, por favor.

—Me ha pedido que vaya a su casa mañana por la mañana, cuando no estén sus padres. —Parece muy ilusionada por haber encontrado un hombre bueno para quitarse de encima el cartel de virgen… Me duelen las muelas de tanto apretar los dientes. Odio tener una mente tan imaginativa.

—Mañana hay vaga, ¿no? —recuerdo, aún con la imagen de Sara desnuda con un chico en la cama.

—Sí. ¿Tú vas a venir? —Quiero ser yo ese chico. Quiero poseerla.

—Seguramente. No me gusta estar sola en casa. —Me alegro de haber cambiado de tema. Me imagino sus gemidos con un pene grande dentro de ella y me pongo enferma.

Como inconscientemente, mis dedos se entrelazan con los de ella, posesivos. Sara nunca nota estas cosas. La necesito a mi lado pero tenerla tan cerca me agobia y me pone de mal humor. Antes podía relajarme en clase y simplemente ignorarlo todo. Podía dormir sin que nadie me viera y soñar con mi mundo ideal; pero ahora no puedo salir de este infierno.

—¿Te encuentras mal, Núria? —me pregunta, las gafas se me están empañando de lo calientes que están mis lágrimas.

—Me duelen los ovarios —miento, y la abrazo sin importarme que nos miren.− Me duele mucho, Sara.

Y ella, como siempre, me abraza con fuerza y deja que le moje el hombro e inspire el olor de su champú. Se me encienden las mejillas oculta de su mirada. Se me acelera el pulso lo suficiente como para que ella lo note, pero no dice nada. Sara es tan buena conmigo que tengo ganas de no soltarla nunca, pero…

—Núria…

—¿Sí? —Por favor, no me sueltes ahora. No quiero que me veas la cara. No quiero que nadie me vea. Déjame imaginarte un poco más en la ducha conmigo.

—¿Te han crecido las tetas? —dice, impresionada, y me río mientras la suelto y entramos en clase. No le respondo. Sin embargo la imagino mamando de mí.

***

A la hora del patio, mientras recojo mis cosas, Sara me agarra de las tetas. Siempre ha sido así, con la excusa de que las dos somos chicas. Me soba como si fuese su osito de peluche y, cuando éramos más pequeñas, a veces de verdad se abrazaba a mí por la noche para usarme como almohada y dormir. Supongo que será porque soy más alta que ella y mi temperatura es más caliente. Soy su estufa portátil para el invierno… O eso es lo que me dice.

—¿Ya estáis saliendo, parejita? —nos pregunta uno de clase. No recuerdo su nombre y tampoco quiero preguntárselo.

—¿Pero qué dices? —se ríe Sara, abrazada a mí como siempre.− Núria es como mi hermana, tío. No digas tonterías. —No digas nada más.− Puede que sea más alta que la mayoría de chicas y que sea más fuerte pero nunca podría verla como si fuera un chico.

¿Y por qué no? Llevo las camisas que a ti te gustan cuando las lleva un chico; me he dejado el pelo largo porque a ti te gusta; nunca uso lentes porque te molan mis gafas… Hago todo lo que puedo para que te fijes en mí pero aun así…

—¿Núria? —se extraña cuando la aparto de un empujón suave. No es culpa mía que sea tan delgada.

—No me encuentro bien. Me voy a la biblioteca —miento de nuevo. Nunca soy capaz de decirle lo que realmente estoy pensando.

—Te acompaño —se ofrece, pero ni le respondo.

Estoy demasiado enfadada ahora. Y lo peor es que no es culpa suya. Soy yo la que no le he dicho lo que siento y lo celosa que me pongo cuando la veo besando a un chico. No le he dicho lo que me tortura cuando es tan cariñosa conmigo y yo me tengo que contener para no asustarla. No sabe que cuando me dice que me quiere en realidad me está soltando “eres mi mejor amiga” y que yo sufro. ¡No lo aguanto más! ¡No soporto lo tonta que es a veces! ¿Cómo es que no se ha dado cuenta de que me gusta? ¡Es culpa suya! ¡Sólo suya!

***

Al final, he venido aun habiendo vaga. No hay nadie en el instituto así que me puedo quedar sentada en medio del pasillo. No he dormido nada. Me he pasado la noche colgando a las llamadas de Sara. Debería decirle algo. Debería pedirle perdón. Pero simplemente no puedo perdonarla por no verme como realmente soy.

Sola en el silencio de los pasillos fríos, siento la humedad de la lluvia que traspasa las paredes y me acurruco en mi bufanda. Sólo tengo las manos calientes cuando estoy cerca de ella.

¡Maldita sea! Y pensar que ahora está con ese chico a solas… Quiero ser yo la única que la vea desnuda, la única que la abrace,… No quiero verla llorar de nuevo por un corazón roto. ¿Cómo puede enamorarse con tanta facilidad?

—Al final sí que has venido —la oigo decirme. No quiero mirarla a los ojos.− ¿No vas a hablarme? —Parece enfadada.− Oye, Núria. ¿Qué te he hecho para que me trates así? —No uses esa voz conmigo. No seas tan mona…

Oigo sus pasos acercándose y me levanto con rapidez. Ya me enfadé una vez así, cuando estábamos en segundo de la ESO. Aquel día que me dijo que debería ser más femenina o no me querrán nunca… Pasé horas encerrada en el lavabo con tal de no hablar con ella, porque sé que lo arregla todo con un abrazo.

Por eso, antes de que me atrape de nuevo, antes de que hunda de nuevo mi verdadero yo bajo una gruesa capa de hipocresía, salgo corriendo por el pasillo de BAT hasta el aula de griego, el aula que una vez fue un almacén y que tiene un pasador por dentro. Me encierro dentro mientras Sara patea la puerta, cabreada de verdad.

—¡¿Se puede saber por qué te comportas como una cría, Núria?! —La sala de profesores está demasiado lejos como para que nos oigan.− ¡Núria! ¡Por favor! Si no me dices qué he hecho no te voy a pedir perdón —me amenaza. Ella no tiene la culpa de que sea una celosa pero debería saber que la quiero. Se me nota demasiado. Soy demasiado descarada.

—Estoy segura de que mientes para no decirme que te doy miedo —susurro, llorando. Tengo la cabeza hecha un lío. ¿Qué hago ahora?

—Oye, Núria. —Golpea la puerta de nuevo, conmigo al otro lado.− No me gusta verte llorar. Dime algo…. Por favor —solloza.− Hoy estás muy rara.

Siguiendo un impulso, abro la puerta y tiro de ella por las muñecas. Mientras nuestras mochilas y abrigos caen al suelo, nos encierro de nuevo y la empotro contra la pizarra del aula para que no pueda moverse. La tengo cogida de manos y me asaltan fantasías que he tenido a veces. Me gustaría forzarla y hacerla gritar, pero después la perdería para siempre… No quiero eso.

—Te odio —le digo mientras me mira, dispuesta a escuchar todo lo que tengo que decirle.− Odio tener que fingir que me importan tus líos de chicos. Odio consolarte cuando te dejan. Odio que me trates como si fuera un peluche. Odio que me obligues a relacionarme con los de clase. No quiero nada de eso.

—Nú//

—¡Cállate!  Eres una maldita caprichosa, egoísta, infantil, calienta-braguetas, zorra, pervertida, imbécil, aprovechada, interesada,… Eres cruel… −No puedo parar de llorar y entierro la cara en su cuello. Aprieto tanto sus muñecas que seguro que le hago daño.

—Te has olvidado algo —dice seriamente. Noto su aliento en mi oreja. Huele tan bien que vuelvo a excitarme y le suelto las muñecas.

—¿Ah, sí?

—Sí. —Me abraza y me muerde el lóbulo.− Loca por ti.

—Mentirosa… −la acuso.

—Te quiero, Núria. Te amo. —El matiz tierno de su voz ha cambiado a uno dominante y sexy. Me acaricia la espalda.− No quería enfadarte, sólo ponerte celosa. ¿Lo entiendes? Te pones tan linda que no puedo parar de mentirte… Lo siento.

Sus lamentos y perdones susurrados se funden con mi piel cada vez que besa mi cuello y baja hacia los hombros mientras me desabrocha la camisa. Me acaricia la espalda y la cadera. Me mira y la beso con suavidad en los labios para probar su gloss de melocotón. La agarro de los hombros y paso mi lengua por su boca para notar su suavidad mientras entrelazo mis dedos con su pelo acaramelado. Mírame más, mírame así con esas pupilas de lavanda. Enrosco su lengua con la mía y la abro de piernas con una rodilla.

—Me has estado mintiendo —la acuso mientras tiro de su jersey y lo dejo caer al suelo. Lleva el sujetador que le regale aunque era muy caro, de encaje rojo.− Eres demasiado guapa.

Acaricio su mejilla con una mano mientras tira mi camisa sobre una mesa y abre el cierre de mi sostén, por delante. Me acaricia las tetas con una suavidad que me enciende las mejillas. Me estoy poniendo roja y me da vergüenza.

—Tú sí que eres guapa, Núria. Estás muy definida y tienes una tetas tan redonditas que me dan envidia.

Me acorrala hasta la mesa del profesor y me tumba para ponerse sobre mí a horcajadas y volver a besarme. Me recorre el cuello y la clavícula con la lengua mientras amasa mis pechos como si fueran pan. No tiene las manos lo suficientemente grandes para agarrarlos y me desconcentra con un mordisco en el hombro. Después sigue bajando hasta mis pezones. No puedo parar de jadear al sentir el calor de su boca sobre mí, aun sin tocarme. Sara me las estruja con fuerza, me muerde y tira con los dientes. Es un dolor que me gusta y me hace querer más, mucho más.

—Te quiero —sonríe, y me estruja un pecho mientras acaricia el pezón con la lengua y masajea el otro con dos dedos.

—Sara —gimo su nombre.

Deslizo la mano bajo su falda y la acaricio por encima de las medias. Quiero ver su cara de placer. Está muy caliente aun a través de tanta ropa. Acaricio indirectamente su clítoris y gime y se remueve. La pongo debajo de mí y le quito el sujetador y el resto de la ropa con algo de prisa. Estoy muy nerviosa y me desvisto también. Sé que nadie puede vernos pero el peligro de ser pilladas me pone. Me imagino a un profesor entrando y poniéndose cachondo mientras nos mira. Mientras me ve follando con Sara.

Beso la línea de su pecho, sus costillas, su vientre, su ombligo. Retengo el aroma de su piel y la abrazo por las caderas mientras sigo bajando hasta llegar al pastelito de crema. Lamo la cobertura y ella me acaricia la cabeza mientras se tapa la cara con la otra mano. Pruebo el relleno y reprime un gritito. La mantengo con las piernas cerradas mientras paso la lengua por toda la hendidura y acaricio la pepita. Está tan mojada… Me encanta cómo huele, como sabe. Bebo de ella y se retuerce bajo mis caricias.

—Núria —me pide, y se abre de piernas con las orejas ardiendo.

Hago un beso francés a sus otros labios mientras los separo con los dedos y me masturbo. Estoy tan mojada como ella y me meto un dedo mientras meto la lengua en su cueva, estrecha pero suplicante. Muevo la cabeza para hacerla gemir, dentro y fuera; y saco el dedo de mí para meterlo en su culito poco a poco.

—Ay, no. Para Núria —me pide, pero su cuerpo se abre más de piernas.

Le meto otro dedo en el culo mientras beso la parte interior de sus piernas y grita y me pide que no le meta más. Pero sé que le gusta y le muerdo el clítoris para darle una descarga de placer, como en las películas que he visto. La follo con los dos dedos mientras meto la lengua dentro de ella y vuelvo a morder la pepita. Poco a poco me pide más y su ano se relaja entorno a mis dedos. Le meto dos dedos en el coño y la hago botar sobre mis manos mientras la miro. Está tan guapa con la piel enrojecida que me muerdo el labio por instinto.

Se avergüenza y se tapa la cara así que saco los dedos de su culo y la agarro de las muñecas para obligarla a mirarme a los ojos. Y le meto tres dedos en el coño y me muevo como si fuera yo la que la penetrara. Los gemidos de Sara se hacen más intensos y audibles así que me subo sobre la mesa para restregar mis tetas contra las suyas. Nuestros pezones se acarician y endurecen más mientras beso a Sara. Beso su cuello y lamo su oreja, cada vez más colorada y caliente.

Con ganas de más, le pongo las rodillas a la altura de los hombros y pongo en contacto nuestras zonas más íntimas. Está tan caliente que me abro de piernas, puesta en cuclillas y me aprieto bien contra ella antes de empezar a moverme.

—Sara, te quiero —la beso, aprovechando al máximo nuestra flexibilidad.

Me abraza contra ella apretándome el culo. Sólo quiero tenerla más cerca pero no sé cómo. Beso sus pechos, su cuello, toda ella mientras me muevo para estar cada vez más pegadas. Ahora está aún más caliente y me coge la cara para que la bese mientras gime. Me siento sobre la mesa y ella también, con las piernas cruzadas como dos tijeras. Humedad contra humedad, clítoris contra clítoris, la viscosidad de Sara me enloquece y me hace moverme con fuerza contra ella, que me abraza y muerde mi cuello de una forma que me hace soltar un grito. La beso de nuevo y bebo de sus gemidos hasta que llega al orgasmo con timidez, roja como un tomate. Me encanta notar su coño contraerse contra el mío. Quiero saborearlo ahora.

La vuelvo a tumbar sobre la mesa y me pongo sobre ella para hacer un 69 y lamer todo su coño como si fuera un helado, con suavidad, antes de absorber su clítoris y hacerla soltar un gritito. Se calla a sí misma hundiendo los labios en mi pastel. Lame desde mi clítoris a mi ano y mete la lengua en él de tal forma que aún tengo más ganas de darle placer. Cuánto más le gusta lo que le hago, más me gusta lo que me hace. No quiero parar. Quiero correrme.

—Núria… −suspira mientras se levanta y saca su peine de la mochila, tirada en el suelo junto a la mía.− Ahora me toca hacerte gritar… −sonríe con una sensual malicia en los ojos. Tiene las pupilas dilatadas y los ojos oscurecidos.

A mí ya me bastaba con que me lo chupara pero me vuelvo a tumbar sobre la mesa y Sara me pone el mango del peine en la boca para que lo chupe mientras ella acaricia mi clítoris con un dedo. La forma en que me mira me hace arder por dentro y sus manos me acarician y me funden por completo. Ojalá me tocara para siempre; ojalá nunca se alejara de mí. Se agacha y me toca los labios interiores con la lengua, húmeda y caliente. Vuelvo a sentir un hormigueo y gimo, chupando el mango con más ganas.

—¿Alguna vez has tenido un orgasmo, Núria? —me pregunta al verme jadeando tanto. Me pone a cuatro patas y mete de nuevo la lengua en mi culo. Es tan bueno que medio me tumbo y aprieto las piernas mientras me obligo a abrirme más.

—Noooo —gimo cuando me quita el cepillo de la boca. Más de una vez me he masturbado pero nunca he estado sola el tiempo suficiente como para correrme.

—Voy a follarte, ¿sabes? —se ríe mientras se pone el peine entre las piernas después de sacar la goma de las púas.− Levántate un poco —me pide, y le hago caso.

Sara me abre un poco de piernas y me abraza por la espalda, con la punta del mango tocándome. Mete la mano en mi sexo y aparta los labios para meter poco a poco este consolador improvisado. Me duele un poco pero el calor de Sara hace que me guste y gima mientras me acaricia la cobertura del pastel. Le pido que me de más fuerte y lo hace, me encanta. Sara me penetra y me ama y no puedo ser más feliz. Me levanta y me acaricia las tetas mientras me besa el cuello y noto unas cosquillas que me invaden la entrepierna.

Me tumba boca arriba de nuevo y me levanta las piernas mientras la miro deseosa de más. Deja caer baba de su boca y cuando toca mi clítoris siento que voy a estallar. E interrumpe mi grito metiendo la punta del mango en mi culo, grueso como el cuello de una botella de cava. Es una descarga de placer que no para y sigue y sigue más mientras Sara me lo mete hasta el fondo y me pellizca los pezones con fuerza mientras sigo gritando.

—¡Sara! —gimo su nombre mientras llego al cénit y se apodera de mi boca, penetrándome en profundidad.

—Núria, te amo —me dice de nuevo. He imaginado miles de veces cómo me diría esto, pero no eran palabras reales. Ahora el corazón me da un vuelco cuando sus labios se mueven para mostrarme sus sentimientos.

—Te quiero, Sara. Perdóname por ser tan tonta —le sonrío.

—Perdóname tú a mí por ser tan cruel contigo.

—Esto que me dices es verdad, ¿no?

Y sin responderme, me besa de nuevo, ambas temblorosas por el placer. Mentira o no. No me importa que me use así para que me quede a su lado. La quiero. Y sus mentiras son dulces nubes de algodón para mí.