Anteriormente en Biodroids:
Sarah, una biodroid (clon humano con cerebro artificial programable) defectuosa, mató a su familia y huyó, adoptando a su vez la identidad de su hermana humana, Ellie, para buscar lo sentimientos que nunca ha sabido expresar.
Ahora se ha encontrado con un biodroid fugitivo al que sigue porque, gracias a él, ha sentido “ira” por primera vez en su vida.
El biodroid desconocido, Jaden, se detuvo frente un motel, y la chica que lo seguía se paró a su lado, observando en silencio el edificio de una sola planta. No sabía su nombre pero tampoco le importaba. Él cuidaría de ella y, a cambio, podría tirársela las veces que quisiera: ese era su plan. Había notado que el nivel de insensibilidad en la chica era muy alto, y eso que él se creía insensible. Por suerte, podía gozar de sensaciones como el placer, la lujuria y la excitación; aunque por desgracia también sentía el dolor y la obcecación.
Odiaba cuando la ira lo hacía perder el control; aunque en realidad no sentía odio, sino que se ofuscaba aún más. Ser un biodroid defectuoso era un problema para pretender ser normal, pero él no quería ser normal. Estaba bien tal y como estaba en aquel momento: matando para conseguir dinero y poder sobrevivir.
Jaden estaba agradecido por no tener sentimientos de culpa, aunque tampoco escogía a sus víctimas al azar. Escogía a los que vivían bien sin merecerlo, o a los maleantes que abusaban de su poder. Esa era otra de sus cualidades, un buen sentido de la justicia, el justo para juzgar a otros sin llegar a juzgarse a sí mismo por lo que hacía.
Cuando ella le preguntó si dormirían allí, él reparó en su cansancio. Sus pechos se movían violentamente bajo la blusa empapada, al son de sus jadeos. Ella era tan bajita que se había tenido que esforzar por seguir su ritmo, pero no se había quejado, es más, seguía con aquella expresión fría en el rostro, alterado únicamente por los jadeos. Jaden apartó la vista de los duros pezones de la chica y se metió en el portal. De verdad quería tirársela. ¿Acaso no era ella consciente de lo apetecible que se veía? Él estaba seguro de que sí y había utilizado ese punto flaco en él para hacerlo aceptar su propuesta. Ya tenía algunas ideas de cómo podría mantenerla, de cómo aprovechar su cuerpo para conseguir más dinero.
Por suerte, como era tan tarde, el dueño del motel les había rebajado el precio de la habitación, seguramente distraído por los enormes senos de la chica. Realmente ella no era una belleza extrema, es más, casi no la había mirado a la cara; pero sus curvas eran más que suficientes para obligar a cualquier hombre a hacer lo que ella quisiera. No, espera, pensó. Jaden sí la había mirado una vez a los ojos, a aquellos redondos ojos de color ámbar cadentes de sentimiento, vacíos por dentro y a la vez tan profundos que uno se podía perder el ellos. Eso había sido lo primero que le había llamado la atención: los ojos de un semejante.
De camino a la habitación, Jaden observó los labios de la chica, que había notado dulces al besarla antes. Mirándolos detenidamente, el labio inferior era más grueso que el superior y se sobresalía un poco, creando una expresión un poco infantil en ella y haciéndola parecer más joven. Además, sus labios eran de un tenue color rosado, casi rojizo, que también imperaba en sus pezones. «¿Por qué siempre acabo mirándole las tetas?», se preguntó el biodroid, antes de abrir la puerta de la habitación y ver la pequeña pero cómoda cama de matrimonio en medio del cuarto. En aquel cuarto tan vacío, era difícil no fijarse en tal camastro.
—¿A dónde vas? –preguntó Jaden, viendo a la chica coger un albornoz del único armario empotrado y abrir la puerta del baño, pequeño y mohoso.
—Voy a ducharme –anunció ella, con un tono monótono. Tenía una voz grave que la hacía parecer adulta, extrañamente atractiva, como la voz de una cantante de blues.
Cuando ella cerró la puerta tras de sí, él se quedó unos instantes mirando por la ventana, dispuesto a esperarla. Con el sonido de la lluvia y la ducha de fondo, se quitó la camiseta chorreante y la tiró sobre la única silla del cuarto, pequeña y de madera. Jaden no se consideraba una persona impaciente, es más, nunca tenía prisa. Ni siquiera cuando el exmilitar que se había hecho cargo de él lo dejaba sin comer durante días con la excusa de que así se haría más fuerte. Ese, entre otros, había sido el motivo por el que se había deshecho de él, sin prisas, matándolo de inanición. Había sido divertido y «demasiado» considerado. A veces pensaba que tendría que habérselo hecho pasar peor.
Dejando de pensar en el pasado, pateó sus botas, desabrochó su cinturón y se deshizo de sus tejanos, pesados de tanto barro que tenían encima. Sacó la cajetilla de cigarrillos que tenía en el bolsillo posterior y, completamente desnudo, se sentó sobre la cama para fumarse uno. Intentaba dejarlo masticando chicle a veces pero siempre se acababa fumando dos o tres cigarros al día. Se consolaba pensando que antes fumaba dos cajetillas diarias. «Algo es algo», pensó, y, tras una larga calada que le inundó los pulmones, dejó el pitillo en el cenicero, a medias. Se levantó a coger una toalla mediana del armario y se la restregó por el cabello mojado para secarlo un poco. Se le quedó erizado, pero no le importó. No creyó oportuno secar el resto de su cuerpo. Prefería estar un poco húmedo. A principios de otoño aún hacía calor.
En cuanto Jaden quiso encender un segundo cigarro, la chica salió del baño tapada con el albornoz, lanzó toda su ropa sobre otra silla y se sentó al otro lado de la cama, de cara a la puerta, dispuesta a secarse tranquilamente. En un principio, él había pensado en la posibilidad de tomarla por la fuerza pero, por dentro, siempre había anhelado algunas muestras de ternura. Jaden deseaba ser querido como cualquier otra persona, tal vez lo quería demasiado. Puede que se debiera a haber crecido falto de cariño, educado como en un régimen militar, pasando hambre y casi sin dormir.
Culpaba al jefe, el exmilitar que cuidaba de él, de muchas cosas. Entre ellas, de su falta de estatura y de los pequeños signos de malnutrición que se habían ido borrando en los últimos dos años. Pero también lo culpaba de las enormes y evidentes cicatrices que cruzaban toda su espalda, provocadas por los innumerables latigazos del jefe: el «castigo justo» por su incompetencia. Por suerte, había aprendido a ignorarlas, y tampoco le importaba que otros las mirasen, como estaba haciendo la biodroid de cabello negro y liso, ahora enredado tras la ducha.
Jaden dejó a un lado el cigarrillo, dispuesto a meterse en la cama con ella, y vio algo en el bolsillo de la falda plisada que reposaba en la silla: una tarjeta de identificación. La cogió y miró el nombre.
—Ellie Godfrey —leyó en voz alta, y ella lo miró, inclinándose un poco para ver dónde lo había leído—. ¿Tienes dieciséis años? —preguntó. Eso era lo que ponía en la identificación.
—No —negó ella calmadamente, y se apoyó en sus hombros para coger la identificación y dejarla donde estaba—. Ellie era mi hermana. He suplantado su identidad. —Ante aquella confesión, Jaden no quiso preguntar nada más. Ya sabía qué iba después.
Sin embargo, le pareció interesante que la chica, aun con tal grado de insensibilidad, hubiese sentido tal impulso. La envidia era el único sentimiento común entre todos los biodroids defectuosos, que él supiera; y era lo que los hacía «peligrosos».
—Si voy a llamarte Ellie, llámame Jaden —concluyó él, mientras desabrochaba el cinturón del albornoz de Ellie, que lo miraba con fijeza.
Entonces, ella cogió sus manos para detenerlo y que la mirase. Quería decirle algo.
—¿Podrías hacerlo como si sintieses algo por mí? –le preguntó–. Me gustaría saber si puedo sentir que te quiero o algo parecido –confesó, apretando débilmente las manos de Jaden con las suyas. La curiosidad de ella era un sentimiento tenue, pero estaba ahí.
—Ellie… –susurró él, cerca del oído de la chica–. Te quiero… toda –musitó, y ella se estremeció bajo las palabras.
Fue entonces cuando Jaden comprendió por qué ella se acercaba tanto a él. «¿Es posible que ella quiera que la haga sentir algo?», se preguntó. El biodroid de cabello color caramelo siempre había tenido una gran capacidad de análisis, pero no comprendía la mente de Ellie, de esa biodroid sin sentimientos. Lo que sí sabía era que, como pasaba con él, una estimulación fuerte conseguía sacar cualquier sentimiento. No importaba lo débil que fuera la programación, la excitación y la pasión podían surgir con facilidad si se sabía lo que se hacía. Y Jaden lo sabía porque, aun con sólo diecinueve años, ya había estado con muchas mujeres.
La tumbó sobre la cama y se puso sobre ella, besándola tiernamente en los labios mientras sus manos abrían por completo el albornoz. «Qué buenas curvas…», se complació, llevando una de sus manos a los pechos de Ellie, suaves y blandos, muy receptivos. Inconscientemente, ella reaccionaba a cada caricia de Jaden, tal y como él quería. A él le gustaba que fuera así, sintiendo las manos de la biodroid en su espalda desnuda, cálidas y finas, que lo pegaban más y más a su cuerpo. Ella era como un CD virgen que él iba llenando poco a poco de nueva información, enseñándole la reacción a cada gesto, a cada beso, a cada recorrido de su lengua por su blanquecina piel. Ella suspiraba, se estremecía y gemía su nombre. Jaden sentía, a su vez, cómo se le iba acelerando el pulso y se le vaciaba la sangre del cuerpo para concentrarse en otro punto, más abajo del obligo. Llevó una mano, lentamente, al sexo de Ellie para comprobar que estaba excitada. Y una convulsión violenta inundó su cuerpo, casi obligándolo a penetrarla. Ella ahogó un grito y cogió entre sus manos el rostro de Jaden antes de decir:
—Gracias. —Y lo acercó a ella para besarlo como cuando habían estado en el puente, como una pareja de verdad, apasionada y con ganas de estar cada vez más pegados.
Él abrazó su pequeño cuerpo y empezó a moverse con un ritmo lento mientras se besaban, como queriendo fundirse en uno solo. Intentando hacer sentir el uno al otro un amor de necesidad; un deseo continuo que se exigían constantemente sin decirse nada. Los únicos sonidos que emitían eran los gemidos y los jadeos de cuerpos humanos pasando calor, cansados.
Los ojos de Ellie lloraban mientras ella se empapaba de todas esas nuevas sensaciones. ¿Cómo podía ser que Jaden le estuviese haciendo lo mismo que su «padre»? Todo era completamente diferente. Aun sin decirle nada, él le demostraba más amor del que pudieron emitir alguna vez los «te quiero» de ese hombre, de su amo.
—¿Te has corrido alguna vez? —Jaden quería la respuesta antes de dejarse llevar.
—No lo sé —jadeó ella, con los ojos inexpresivos dentro de un rostro jadeante. Una contraposición chocante de sentimientos; de todo y nada.
—Pues me voy a correr yo y a dejarte con las ganas —se rió él mientras aceleraba el ritmo, dispuesto realmente a vaciarse dentro de ella.
Esos movimientos en Ellie hicieron que de repente sintiera mucho calor y ganas de gritar.
Notaba como él se estaba hinchando dentro de ella y se calentaba de un modo que hasta la quemaba. Los ojos seguían llorándole y sus manos se aferraron a la espalda de Jaden para apretarlo contra sí misma con fuerza. Los gemidos de él hacían que sintiera un hormigueo en el bajo vientre y empezara a crecer entre sus labios inferiores una sensación que nunca había experimentado. Era como el dolor que había sentido alguna vez cuando era pequeña pero no le dolía. Era como una risa humana, como un grito, como unas ganas de llamar a Jaden y pedirle que no parara. Era una sensación indescriptible que la recorría mientras su voz, con vida propia, le pedía a él que no parara.
De repente, él soltó en ella todas sus preocupaciones y la llenó de tal forma que ese «dolor» de Ellie llegó a tal punto que la hizo gritar y cerrarse en sí misma, absorbiéndolo. «¿Eso ha sido un orgasmo?», se preguntó mientras él perdía fuerzas y se tumbaba sobre ella para descansar. De la entrepierna empezó a caérsele ese líquido caliente que Jaden había soltado y supuso que ambos habían compartido esa emoción aunque ella no hubiese «soltado» nada. Ahora algo dentro de ella quería volver a sentir eso, porque ya no sentía nada de nuevo.
Jaden descansaba oliendo a la chica, con la cabeza rodeada de sus mechones oscuros y serpenteantes. El cansancio que sentía después de correrse le parecía placentero, como siempre. Sin embargo, hubiese querido seguir escuchando la dulce voz de Ellie mientras llegaba al orgasmo.
Aquella noche, Jaden y Ellie se sintieron un poco más humanos. Se sintieron un poco más vivos.